MAQUIS EN GUADALAJARA 

Guerrilleros en alpargatas por Pedro Aguilar.

 

Al final de la Guerra Civil grupos antifranquistas huidos de las cárceles y desertores de las llamadas a filas se echaron al monte. Fueron, durante algo más de una década, la operación más seria  al franquismo. A partir de 1944 se unieron a ellos excombatientes procedentes de Francia que, tras hacer la guerra en España, contra Franco, y en país vecino contra Hitler, volvieron a su tierra con la intención de derrocar al dictador.

 

“Héroes en Francia y bandoleros en España”. Con esta anacrónica frase Secundino Serrano, autor del libro “Maquis, la historia de la guerrilla anti-franquista”, califica la peripecia vital de unos hombres cuyos hechos fueron silenciados por la propaganda del régimen incomprensiblemente, por sus mentores, el gobierno de la Republica en el exilio.

Una partida de guerrilleros, en la que se encontraban dos guadalajareños, actuó durante cuatro años por los pueblos que circundan las barranqueras del Alto Tajo. Sus hazañas y tropelías nunca han sido escritas, pero el recuerdo dejado por “El Pena” y “Amador”, dos maquis vecinos de El Recuenco y Armallones continúa vivo entre las gentes.

“Me habían dado tantos palos que estaba medio muerto junto al río. Al poco escuché un tiroteo y a alguien que gritaba. ¡ El cuñado del Amador…..es el cuñado del Amador!. Era mi tío y lo acababan de pegar dos tiros. Después me desmayé”.

Con lágrimas de dolor e impotencia, Vicente Méndez “Amador”, Vicente Méndez, hijo de Amador , recuerda cómo a sus 18 años vivió una de las  experiencias más trágicas  de su vida. Habían pasado casi diez años desde que acabó la guerra, y el terror y la muerte seguían siendo sucesos cotidianos entre las gentes de la comarca del Alto Tajo. La presencia de una partida de maquis en la zona había obligado al gobierno de Franco a intensificar las batidas.  Guardias Civiles, policías y algunos miembros del ejército interrogaron sin descanso durante dos años a cuantas personas fueran sospechosas de haber ayudado, aunque  fuera con un chusco de pan, a los guerrilleros antifranquistas. Sus métodos, en la mayoría de los casos, fueron violentos. Tenían carta blanca para torturar y aplicar la “ley de fugas” con tal de que acabasen cuanto antes con esa “lacra” que comenzaba a preocupar al dictador.

 

En 1947 y 1948 cientos de guardias civiles acompañados de somatenes, paisanos armados colaboracionistas del régimen, recorrieron pueblo por pueblo y casa por casa la zona de Guadalajara lindante con la provincia de Cuenca. Los robos, secuestros y asesinatos cometidos por una partida de 24 maquis que se movía por la comarca, dividida en dos o tres grupos según los casos, había aumentado.  Tenían su centro de operaciones en la Sierra de Cuenca pero en su continua huida, hacían incursiones por nuestra provincia.  Dos años atrás en una de ellas, habían contactado con un vecino de Armallones huido de la justicia, Amador Méndez que, desde entonces, les servía de guía cuando cruzaban la  línea.

 

“Amador”

Persona simpática y habladora al que todos recuerdan como un hombre bueno, había escapado de la cárcel de Guadalajara, en concreto del campo de concentración de Palmares. Se fugó con el propósito de vengar los abusos que sufría su mujer a manos del alcalde de Armallones. Llegado el momento no tuvo valor para matar a su adversario y decidió echarse al monte. Desde 1944 andaba solo por las inmediaciones del pueblo sin meterse con nadie y amparado por su familia y sus amigos. La guardia civil hacía la vista gorda, no era hombre peligroso.

 

Cuando la cuadrilla de Basilio Serrano “Manco de la Pesquera”, un maqui con varias muertes a sus espaldas que perdió la mano pescando en el río con dinamita, contactaron con “Amador” su vida y la de sus allegados cambió. La guardia civil no tardó en enterarse de que servía de guía a un grupo de maquis y fueron estrechando el cero. Su hijo y su mujer fueron conducidos con asiduidad a los cuartelillos de Arbeteta y Zaorejas para declarar su paradero. “Me pegaban alguna vez, sólo con la intención de provocar a mi padre para que se entregase”, nos confiesa Vicente. “¡pero como iba yo a delatar a mi propio padre!.

 

Ricardo Moreno, carpintero durante toda su vida en Villanueva de Alcorón, hizo la mili en la frontera francesa impidiendo que los maquis pasaran a España. Paradojas de la vida, al llegar a Guadalajara tuvo que convivir con ellos. Por las noches se acercaban a  las casas y pedían comida, mantas o sartenes. ¿cómo no se las ibas a dar?. Algunos eran conocidos. Mi padre estuvo en la cárcel con “Amador” después de la guerra, los encerraron por rojos en Guadalajara.  Además iban armados. Una noche mi padre dio de cenar al “Amador” y le dijo que se marchara rápido de casa para no comprometernos, y así lo hizo. Casi un año después llegó un Guardia Civil a las dos de la mañana y entró dando  golpes a las puertas. Nos llevaron a mi padre y a mi al Ayuntamiento con la pistola apuntándonos a la cabeza y allí nos interrogaron. Lo sabían todo, qué le había dado de cenar aquella noche y qué le había dicho. Por entonces ya había algún guardia infiltrado entre los maquis o tenían algún confidente dentro. Tuvimos suerte y nos soltaron al día siguiente”.

Guardias vestidos de maquis merodeaban por los pueblos. Preguntaban a los pastores y campesinos y les pedían comida. Si el pastor se negaba, lo más probable es que el maquis lo mandara al otro barrio. Pero si era generoso y resultaba que era un guardia disfrazado, iba a la cárcel por colaborar con la guerrilla.

 

 Muertes silenciadas

Esa misma noche que Ricardo Moreno recibió la visita de la guardia civil en Villanueva de Alcorón, en las primeras horas del 17 de junio de 1947, decenas de agentes de las fuerzas represivas entraron en Armallones. Vicente Méndez recuerda que cuando les sacaron a la calle a él y a varios vecinos y les hicieron caminar hacia el Hundido, se acordaron de los famosos “paseíllos” de la guerra y se esperaban lo peor. “Según íbamos caminando, un guardia nos daba culetazos en los hombros. Al amanecer, bajamos el río abajo hasta llegar al molino de Ocentejo y allí dormimos esposados”. La intención de los guardias era que los detenidos les indicasen los escondrijos de los maquis y en caso de refriega que les sirviera de parapeto. “A la mañana siguiente hicieron grupos y nos separaron a mí, a mí tío Pascual, al tío “Manel” y al tío “Pinchiguerre”, el resto siguieron hasta el pueblo. Había seis o siete guardias con cada uno de nosotros y empezaron a darnos golpes con todo lo que podían. Me preguntaban que quién era el de la mula torda. Yo les decía que en Armallones había dos, pero seguían dándome.  Después de media hora ya no podía más, estaba acojonado y la cabeza no me respondía. Oía los chillidos de los otros y hubo un momento en que les grité que me mataran de una vez”. Fue entonces cuando malherido Vicente Méndez escuchó los disparos que acabaron con la vida de su tío. Cuando despertó, una hora y media después, no podía moverse. “Al tío “Pinchiguerre” le rompieron la quijada, la clavícula y varias costillas…. Murió esa misma noche al llegar al pueblo. El tío “Manel” murió dos meses después a consecuencias de los golpes. Yo tuve suerte y me recuperé en la cárcel, donde estuve seis meses por no haber hecho nada, si acaso dar un bocadillo de vez en cuando a mi padre”.

En Ocentejo en a madrugada del 18 de Junio, un día después que en Armallones, más de medio pueblo fue conducido hasta el río, donde les estaban esperando decenas de guardias. Enrique López, que hoy tiene noventa y un años, fue uno de los vecinos sacados a culatazos de su casa.  Recuerda que al llegar al Hundido les interrogaron y que, de vez en cuando escuchaba los gritos de los de Armallones. A él no le pegaron pero sí pudo ver como mataron a  dos de sus vecinos., Alejandro Rey y Alfonso López. “Los subieron al camino esposado y les dijeron que se apartasen a la cuneta y allí los pegaron dos tiros. Eran dos buenos chavales que no habían hecho nada, si acaso arrimarse alguna vez al “Amador” y darle comida en el monte. Roque, otro del pueblo, recibió una buena paliza y acabó muriendo en la cárcel”.

De estos hechos nadie se hizo eco. No figuran en los periódicos de la época ni aparecen recogidos en los estudios sobre maquis, realizados casi todos, salvo los de Secundino Serrano y Francisco Moreno Gómez, por militares o funcionarios franquistas.


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